23 de octubre de 2010

¿Gran obra literaria o Best-Bodrio?

Me gusta leer. He leído toda mi vida, de todo, en grandes cantidades. Tengo mis preferencias, por supuesto, y “debilidades” por llamarlas de alguna manera. Harry Potter es una de estas debilidades. Este tipo de obras generan poderosas pasiones, críticas, amores, odios y envidias, además de pingües ganancias.



Este gusto personal, que debo justificar cada vez que se menciona, me lleva a reflexionar acerca de la “calidad literaria”, criterio establecido no se sabe por quién y que se balancea en el inestable filo de las variables “bueno - malo”.

Un best-seller no puede ser, condición sine qua non, de calidad.  Si es masivo y popular, entonces es un producto enlatado y mediocre.

Pareciera que en pos de “pertenecer” al ínclito círculo áulico, debemos abocarnos exclusivamente a clásicos como Borges, Eco, Kafka, Joyce, Saramago, etc. Cuanto más desconocidos o poco leídos, mejor.

¿Y qué pasa con el disfrute? Una cuestión evitada, pero presente en cada acto lector. Leemos porque nos gusta, nos da placer a distintos niveles, según el cúmulo de lecturas que tengamos encima. Podemos simplemente apreciar una buena historia, pero también los recursos del autor para transmitirla, las referencias o antecedentes literarios presentes en ella, más los vínculos y asociaciones personales que como lectores realizamos mientras leemos.

Esto puede extenderse hacia casi cualquier producto cultural. Es una discusión eterna. Ejemplo de lo que digo son estas opiniones que encontré acerca del tema expuestas por dos españolas.

Hortensia Lago, docente de Literatura, lo expresa de esta manera:
Las editoriales, como el pan de pueblo, ya no son lo que eran. Si hay que destruir a los clásicos para que los almacenes acumulen Best-Bodrios pues se hace y punto. Es lo que se vende, hasta los políticos los leen. Y esa táctica comercial se ha trasladado a la literatura juvenil. Las editoriales han hecho suya la máxima de "El cliente siempre tiene la razón" y cual mayordomo solícito con la anciana rica y rara de la que espera heredar, se afanan en dar a los jóvenes aquello que piensan que desean: sexo, droga, violencia en el instituto, aventuras inverosímiles, etc. ¡Eso es lo que demandan los jóvenes, ese es el camino para que sean buenos lectores!, nos dirán tantos malos escritores para justificarse y publicarse. Porque si algo destaca en los catálogos de literatura juvenil es la baja calidad literaria, aunque algunos autores tengan ya su estrella en el Paseo de la Fama de las letras.”

Por otro lado, Lourdes Fernandez Montoya, escritora, expone lo siguiente:
“He dicho que Harry Potter es una “GRAN OBRA LITERARIA”. Y eso, a mí, una escritora española, puede acarrearme el ostracismo y la expulsión definitiva con deshonor del Club de los Intelectuales Sesudos de Pensamientos Profundos. Si un escritor quiere tener algo de prestigio en mi país, tiene que escribir un libro de trama lenta y pesadísima con un protagonista atormentado y amargado (si es drogadicto, mejor) y con un final catastrófico. Otra vía para tener prestigio intelectual en España es escribir sobre lo problemáticos que son los niños y los jóvenes y lo faltos que están de disciplina, para que luego te inviten a los debates televisivos.”

Además de la cuota de resentimiento que detecto en sus dichos, percibo algo de verdad en ambas formas de pensar, sobre todo en lo que se refiere a literatura juvenil, especialización que no existía en mi hogar cuando yo era adolescente: para elegir había libros “para chicos” o libros “para grandes”.

¿Tendrá que ver con esto? ¿Con la creación relativamente reciente del denominado “género: literatura juvenil”? ¿Es un género luchando por hacerse un lugar en la arena de la literatura y que por eso no cuenta todavía con autores y plataforma de peso? ¿Se trata de una reversión actualizada y posmoderna del esnobismo intelectual de siempre? ¿Por qué muchas veces la "buena literatura" son ladrillos infumables y aburridos?

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